Alemania campeona del mundo
La selección alemana ha hecho realidad el sueño de todo un país y se ha proclamado campeona del Mundo de balonmano, por tercera vez en su historia, no sin ayuda arbitral -sobre todo en el "robo" de cuartos frente al combinado español, hasta ayer vigente campeona- tras imponerse por 29-24 a Polonia, en una final llena de altibajos, en las que a los eslavos les pudo el miedo a vencer. Los temibles lanzadores polacos Bielecki, Tkaczyk y Marcin Lijewski no tardaron en notar como el ensordecedor griterío de los casi 19.000 aficionados alemanes que llenaban el Kolnarena encogían poco a poco sus poderosos brazos, convertidos por la presión en mantequilla.
Todo un problema para la sorprendente selección polaca, pues el conjunto dirigido por Bogdan Wenta, basa su juego en la efectividad de sus tres cañoneros, y en especial, en el acierto del gigantón pelirrojo Karol Bielecki. El jugador del Magdeburgo pareció intimidado por la tensión de disputar toda una final de un Mundial, sus habituales trallazos se convirtieron en simples perdigonazos, para el lucimiento del portero germano Henning Fritz, que no parecía dispuesto a que nadie la arrebate el título de héroe de este campeonato.
La falta de precisión en los lanzamientos convirtió a Polonia en la víctima propicia para el contragolpe alemán, un equipo que volvió a demostrar, pese al relumbrón de sus estrellas, que vive mucho mejor cuando no tiene que prodigarse en el ataque estático.
De este modo, con Alemania a la carrera, la final del Mundial pareció decantarse rápidamente (8-3) del lado del conjunto local, para regocijo de toda Alemania, que tras quedarse el verano pasado a la puertas de ganar la Copa del Mundo de fútbol, no podía dejar escapar otra vez la oportunidad de ganar en casa su Mundial. Pero las carencias en estático de los de Heiner Brand, tan sólo maquilladas por la fintas y penetraciones de Kraus y Zeitz, permitieron lo impensable, que Polonia, de la mano del pivote Bartosz Jurecki y del portero Slawomir Szmal volviera a meterse en la final.
A tan sólo dos goles (13-11) se llegó a situar el cuadro eslavo a menos de cinco minutos para la conclusión de la primera mitad, pero de nuevo la presión pareció apoderarse de los de Bogdan Wenta, permitiendo a Alemania marcharse al descanso con un tranquilizador 17-13. Una renta que volvió a dispararse al comienzo del inicio de la segunda parte, en el que el ya conocido guión de parada de Fritz y contragolpe alemán, posibilitó que los locales se escapasen de seis tantos (20-14) en apenas cinco minutos.
El destino, sin embargo, deparaba una nueva sorpresa, la inoportuna lesión de Fritz, pareció paralizar al cuadro teutón, que permitió una nueva remontada polaca, esta vez de la mano del extremo derecho Mariusz Jurasik, que situaron a los eslavos a un único gol (22-21) y quince minutos todavía por jugar.
El propio Jurasik tuvo la oportunidad de llevar la igualdad al tanteador apenas unos segundos más tarde, pero el jugador del Kronau alemán estrelló el balón en el palo izquierdo de la portería defendida por Bitter, que suplió al lesionado Fritz. Un falló que significaría el principio del fin para Polonia, pues entonces surgió la figura de un hasta entonces muy desdibujado Pascal Hens para acabar con dos potentes latigazos con todos los miedos del conjunto alemán. Goles que acabaron de terminar con la resistencia polaca, que permitió que los últimos minutos de encuentro se convirtieran en toda una auténtica fiesta, no sólo ya para los jugadores germanos y el abarrotado Kolnarena, sino para todo un país, Alemania, donde el balonmano es una pasión.
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